Es un ritual de todas las mañanas, de cada amanecer en el que no estás a mi lado. Como en la canción de Luis Eduardo Aute mi mente dibuja tus curvas, recrea el sabor de tus besos, me hace sentir el aroma de tu piel, el mismo aroma que me hizo desearte completa en aquella vez primera en que, por fin, pude estrechar tu cuerpo con el mío en un abrazo que no deseaba finalizar. En ese momento somos Constance y Oliver, extendidos a nuestra particular realeza, emulando a sir John Thomas y a Lady Jane. ¡Estamos tan lejos y tan cerca! La tenue luz del alba invade la habitación y te imagino entre las cobijas de tu lecho, libre al fin del avizor ojo parental, en tus dominios de princesa libre, ardiendo en ganas de hacerme tuyo. Siento tu calor, tu hermosa mirada buscando la mía, tus labios abriéndose discretamente mientras se aceran a mis labios y, en un crescendo de pasión. empezamos a comernos a besos. Nuestros inquietos príncipes ya no soportan la separación, solo quieren estar juntos, disfr