"Mamá sabe bien
Perdí una batalla
Quiero regresar
Solo a besarla
No esta mal
Ser mi dueño otra vez
Ni temer que el río sangre y calme
Al contarle mis plegarias"
- Rompiste tu promesa, y me besaste sin cumplir lo que habías prometido hacer antes de juntar tus labios con los míos.
En esa habitación de hotel, mientras veía frente a mí a la razón de cientos de batallas perdidas, recordaba lo que le había prometido: que pediría perdón por todo el daño causado, por todas las veces que mi comportamiento distraído y la ligereza de palabra habían causado heridas en su corazón. Yo lo había prometido, así que hinqué mi rodilla izquierda frente a ella y le pedí, con los ojos nublados por las lágrimas de culpa, que perdonara todos los malos ratos y las palabras hirientes que había tenido que soportar. Y como el guerrero que vuelve a pelear una nueva batalla, volvía solo a besarla. Pero la recompensa fue mil veces, millones de veces, mayor que un cálido y tierno beso.
Su mano giró mi rostro hacia ella. Y me dijo "te quiero" mientras su mano acercaba mi cabeza hacia ella, de tal manera que pudiera besarme nuevamente. Empezó como un beso tímido, que fue aumentando su temperatura y su pasión. Nos acomodamos mientras nos besábamos, fundidos en un abrazo que empezaba a extenderse, buscando la piel desnuda del otro. Luego, ella se acomodó boca arriba y yo me acomodé sobre ella. Empezamos a acariciarnos y mi pelvis empezaba a embatir suavemente contra su cálida vulva teniendo como barrera mi propia ropa interior. En medio de ese creciente frenesí, mi bella princesa me preguntó si podía acariciarme. Asentí con la cabeza, a lo que ella respondió bajando mis interiores. Mi miembro se irguió ante ella, situación provechosa que ella convirtió en un cadencioso movimiento con sus manos, haciendo que él lubricara. Cada gota que salía de su punta era esparcida por su pulgar, cosa que ella disfrutaba puesto que cada caricia me hacía gemir de placer y empujaba a mi cadera a ir hacia ella. Luego, volvió a acostarse, y me pidió que la besara. Así que esta vez no besé su boca. Di sueves besitos en su monte de Venus, mientras ella abría cada vez más sus piernas. Su vagina estaba allí, bañada en su deseo lujurioso de ser complacida. Y tal como lo había deseado, mi petición fue concedida. Mi boca, mi lengua jugueteó con su sexo, haciendo que su calor aumentara cada vez más. Me saciaba bebiendo todo su líquido, seguía besándola para obtener cada vez más. Quería no despegarme de ella, seguía introduciendo mi lengua en su sexo, a todo lo que podía. Sus gemidos eran apagados por sus manos, ligeros jadeos diciendo "ay, Dios" eran la evidencia a mis oídos de que ella realmente estaba alcanzando el éxtasis con mi boca.
Luego, me acomodé sobre ella. Y mientras mi virilidad es plantaba sobre su monte de Venus, nuestras bocas, nuestras lenguas, nuestros ojos se devoraban en deseo, como si no hubiera un mañana. Luego, mientras la punta de mi sexo jugueteaba en la puerta de su reino de placer, susurré una canción a su oído. Poco a poco su concupiscente necesidad fue minando su freno. Hasta que en un momento, al penetrarla profundamente, su previa negativa se transformó en una explosión de calor, de humedad, de una necesidad de complacer a su inesperado invitado, de sentir piel a piel toda su extensión, de cobijarlo con sus pliegues, de dejarse llevar por la cadencia de su movimiento, de sentir cómo le hacía el amor, de una forma única que no esperaba que saciara todo su deseo. Cada segundo era traducido en más calor, en más humedad, en la fuerza de sus manos en mis nalgas empujándome hacia ella, cada vez más profundo, cada vez más rápido.
De repente, sus manos cubrieron su boca, ahogando un grito de placer. Había conseguido un explosivo orgasmo que parecía haberla llevado hasta el paraíso durante unos segundos.
Mientras la besaba suavemente, saqué mi sexo del suyo. Sus besos me acostaron suavemente a su lado, mientras ne anunciaba un regalo negado a los pocos amantes que habían logrado el casi imposible cometido de llevarla a la cama. Ese regalo empezó con besos y mordisqueos en mi pecho, mi abdomen, mi ingle. Hasta que su lengua empezó a lamer mi sexo, como un chupete, para luego introducirlo en su boca y empezar a succionarlo. Cuando sintió que los latidos de él eran más intensos, dejó de besarlo para terminar su labor con sus manos. La explosión de mi parte fue abundante, caliente, espesa. La miel blanca invadió las sábanas y también sus manos. En medio de ese cansancio que queda luego de un orgasmo, fuimos a bañarnos para seguir amándonos de más maneras.
"Tarda en llegar
Y al final, al final
Hay recompensa"
Frente a mí estaba ella, ataviada con una camiseta, sin nada más puesto. Acababa de salir de la ducha, donde había limpiado su cuerpo únicamente con el chorro del agua caliente que salía de la regadera, conservando su piel limpia de cualquier cosa que pudiera apagar su fragancia natural. Delante de nosotros aguardaba la oscuridad cómplice de la noche, una noche que sería de ella para mí, y de mí para ella.
Levantó el edredón de la cama, mientras se sentaba sobre el borde de la cama y me invitaba a quitarme la ropa, de tal manera que quedara como normalmente iba a dormir. De forma tímida, con algo de miedo, me quité el suéter, la camisa, los zapatos y el pantalón para quedar en medias, bóxers y una franela de algodón. Suavemente me cobijé con el edredón, a su lado, esperando que ella se acercara a mí y recostara su cabeza en mi pecho, tal como me había anunciado previamente que lo haría. Después de un día muy agitado para ella, pensé que su deseo sería simplemente dormir. Eso, dormir, fue lo último que hicimos en medio de la noche.
"Mamá sabe bien
Pequeña princesa
Cuando regresé
Todo quemaba"
Su mano giró mi rostro hacia ella. Y me dijo "te quiero" mientras su mano acercaba mi cabeza hacia ella, de tal manera que pudiera besarme nuevamente. Empezó como un beso tímido, que fue aumentando su temperatura y su pasión. Nos acomodamos mientras nos besábamos, fundidos en un abrazo que empezaba a extenderse, buscando la piel desnuda del otro. Luego, ella se acomodó boca arriba y yo me acomodé sobre ella. Empezamos a acariciarnos y mi pelvis empezaba a embatir suavemente contra su cálida vulva teniendo como barrera mi propia ropa interior. En medio de ese creciente frenesí, mi bella princesa me preguntó si podía acariciarme. Asentí con la cabeza, a lo que ella respondió bajando mis interiores. Mi miembro se irguió ante ella, situación provechosa que ella convirtió en un cadencioso movimiento con sus manos, haciendo que él lubricara. Cada gota que salía de su punta era esparcida por su pulgar, cosa que ella disfrutaba puesto que cada caricia me hacía gemir de placer y empujaba a mi cadera a ir hacia ella. Luego, volvió a acostarse, y me pidió que la besara. Así que esta vez no besé su boca. Di sueves besitos en su monte de Venus, mientras ella abría cada vez más sus piernas. Su vagina estaba allí, bañada en su deseo lujurioso de ser complacida. Y tal como lo había deseado, mi petición fue concedida. Mi boca, mi lengua jugueteó con su sexo, haciendo que su calor aumentara cada vez más. Me saciaba bebiendo todo su líquido, seguía besándola para obtener cada vez más. Quería no despegarme de ella, seguía introduciendo mi lengua en su sexo, a todo lo que podía. Sus gemidos eran apagados por sus manos, ligeros jadeos diciendo "ay, Dios" eran la evidencia a mis oídos de que ella realmente estaba alcanzando el éxtasis con mi boca.
Luego, me acomodé sobre ella. Y mientras mi virilidad es plantaba sobre su monte de Venus, nuestras bocas, nuestras lenguas, nuestros ojos se devoraban en deseo, como si no hubiera un mañana. Luego, mientras la punta de mi sexo jugueteaba en la puerta de su reino de placer, susurré una canción a su oído. Poco a poco su concupiscente necesidad fue minando su freno. Hasta que en un momento, al penetrarla profundamente, su previa negativa se transformó en una explosión de calor, de humedad, de una necesidad de complacer a su inesperado invitado, de sentir piel a piel toda su extensión, de cobijarlo con sus pliegues, de dejarse llevar por la cadencia de su movimiento, de sentir cómo le hacía el amor, de una forma única que no esperaba que saciara todo su deseo. Cada segundo era traducido en más calor, en más humedad, en la fuerza de sus manos en mis nalgas empujándome hacia ella, cada vez más profundo, cada vez más rápido.
De repente, sus manos cubrieron su boca, ahogando un grito de placer. Había conseguido un explosivo orgasmo que parecía haberla llevado hasta el paraíso durante unos segundos.
Mientras la besaba suavemente, saqué mi sexo del suyo. Sus besos me acostaron suavemente a su lado, mientras ne anunciaba un regalo negado a los pocos amantes que habían logrado el casi imposible cometido de llevarla a la cama. Ese regalo empezó con besos y mordisqueos en mi pecho, mi abdomen, mi ingle. Hasta que su lengua empezó a lamer mi sexo, como un chupete, para luego introducirlo en su boca y empezar a succionarlo. Cuando sintió que los latidos de él eran más intensos, dejó de besarlo para terminar su labor con sus manos. La explosión de mi parte fue abundante, caliente, espesa. La miel blanca invadió las sábanas y también sus manos. En medio de ese cansancio que queda luego de un orgasmo, fuimos a bañarnos para seguir amándonos de más maneras.
"No está mal
Sumergirme otra vez
Ni temer que el río sangre y calme
Sé bucear en silencio
Tarda en llegar
Y al final, al final
Hay recompensa
En la zona de promesas"
Hablamos un rato y luego volvimos a besarnos, nuevamente volvimos a devorar cada centímetro de nuestra piel, mi sexo fue un invitado permanente en su interior, su humedad era la demostración de cuánto deseaba sentirme dentro de ella, con fuerza, con pasión, con amor. Luego, ella me pidió acostarme boca arriba, para poder sentarse sobre mí, para que la siguiera penetrando mientras ella me cabalgaba como la madrastra del libro de Vargas Llosa. Luego, un nuevo orgasmo, una corta siesta y un "buenos días" con una nueva penetración, duradera y placentera, para estallar justo cuando ella se levantaba de mí, luego de otro estremecimiento de placer y la sorpresa de hallar un vigor juvenil de las manos de un hombre maduro.
Un momento esquivo durante años, rodeado de temores propios y prevenciones por acontecimientos pasados, terminó siendo una maravillosa obra de amor, deseo y lujuria, digna de la pluma de un dramaturgo, con la diferencia de que aquí nunca existió libreto, sino unas enormes ganas de amar que habían sido reprimidas fuertemente. Un nuevo baño juntos, el ritual de vestir luego de haber hecho el amor durante toda la madrugada y la última mirada a una habitación que fue testigo silencioso de dos amantes que se disfrutaron como si no hubiera un mañana.
Porque puede que esta vez, la labor de amor tarde mucho tiempo en poder cristalizarse una vez más.
Esta es la continuación de la anterior? Hay más partes?
ResponderEliminar