"Era una mañana clara
cuando en el mirar del día, comprendí
que mi amor era ese cielo
y mi alma era su nido, sin querer
y no entiendo así porque razón
los barcos vienen y se van"
El 1 de enero luego de la medianoche, había recibido en mi celular un mensaje y una promesa. El mensaje era la impresión de pantalla de un trino que decía algo así como "mi deseo de año nuevo es que yo sea tu primer polvo del año". Y el texto siguiente, que decía "tú eres mi deseo de año nuevo". En medio de las fiestas familiares y con la imposibilidad de vernos, había que esperar qué pasaba luego del festivo. Y hay que admitirlo: no hay festivo más largo que el primero de enero, porque el 2 de enero es un día en el que la gente que debe ir a trabajar, lo hace de mala gana. Mi trabajo no fue la excepción: no habia jefes, supervisores, tan solo subalternos llenos de tareas aplazadas. Y como yo era el que menos tenía, no tardé mucho en ponerme al día. Así que aduciendo una diligencia a la hora del almuerzo, salí un poco antes y le escribí a mi amor furtivo que la esperaría en otro hotel, distinto al hotel cómplice donde siempre nos veíamos.
En medio del calor de principio de año y un sol abrasador, estuve esperando su llegada con ansiedad, mirando las noticias por la tele luego de tratar infructuosamente de sintonizar su emisora favorita en una vieja grabadora que había en la habitación. Cuando llegó (le había avisado a la recepcionista que la estaría esperando), lo hizo muy agitada porque había tenido que caminar muy rápido. Mientras recuperaba el aliento, le ayudé con sus paquetes (había avisado que no volvería a la oficina en el resto de la tarde) y nos fuimos desvistiendo mutuamente, besando cada parte del cuerpo que se iba descubriendo. Hombros, senos, pechos y vientres fueron explorados por labios ansiosos de lujuria, hasta que nos tumbamos sobre una de las camas de la habitación (la habitación tiene tres camas, como para hospedar a una familia entera) y nuevamente nuestros dos sexos se fundieron en uno solo. Mientras la penetraba, cada uno le dijo al otro que efectivamente habiamos sido nuestro primer polvo del año. Y esta vez, nos sentimos piel a piel. Después del preludio que fue nuestra entrega al placer carnal, nos hicimos sexo oral nuevamente, con ganas, con ansias, como si no hubiera un mañana. Luego, el beso que fundía en uno solo el sabor de nuestros juguetones pecaminosos, solo era una réplica de ellos hacían. Y la petición esperada vino de sus labios: "termina dentro de mí, quiero que mi niña lujuriosa saboree lo que mi lengua ha disfrutado".
"Y a pesar de aquel vacío
donde voy está tu cuerpo
y nos ven
como las rosas en los jardines
entre espinas y perfumes
nos amamos bajo el sol, oh
y así yo penetré tan lleno
el misterio de tu amor, oh...."
Nos miramos, nos besamos con los ojos abiertos mientras mis caderas y las suyas bailaban al mismo ritmo frenético, no queríamos perder detalle de la expresión de nuestras caras mientras su sexo y el mío se frotaban rápidamente, bajaban de ritmo y luego volvían a acelerarse. Había pasado un buen rato entre lo que era acelerar y frenar hasta que mi expresión indicaba que pronto explotaría. Su súplica se repetía como el eco en una habitación vacía: "llega mi amor, llega, lléname de tu miel"... y su canal de amor mezcló mi miel blanca con su delicioso jugo, mientras un gemido sostenido, mezclado con un grito de placer, sellaba un primer polvo del año que había superado todas las expectativas.
"Como las rosas en los jardines
con espinas y perfumes
nos amamos bajo el sol, sí"
"Se siente tan rica tu miel dentro de mí, cálida y espesa, mi amor". Su lengua se asomó por sus labios y yo respondí con el mismo gesto, mientras mi cadera seguía empujando mi pene dentro de ella, como tratando de entregarle todo lo que tenía para darle ese día. Sus espasmos vaginales me terminaron de dejar seco y cuando mi sexo, exhausto, salió de ella, la mezcla de miel y pie de moras empezó a escurrir de su interior. Rápidamente su mano se abalanzó hacia su entrepierna, como quien teme dejar ir un tesoro y con sus espasmos luego del orgasmo, escurrió buena parte de la miel blanca sobre sus dedos, los que llevó luego a su boca. Mientras saboreaba la particular e inédita mezcla, sus ojos me miraban con deseo y placer y, al tragarse lo que había recogido, me dijo: "lo siento pero mi lengua sintió celos de lo que la niña se había comido, así que tuve que darle gusto". Y nos besamos disfrutando esa mezcla entre dulce y amarga de nuestros sexos, beso rematado por un sexo oral mutuo que terminó de sacarle a cada uno lo poco que le quedaba por entregar. Como deseando alargar más allá del éxtasis una experiencia inolvidable.
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